viernes, 12 de abril de 2013

AL llegar a casa, pensé en la importancia de la lectura. Leer toda la noche es un acto muy profundo, quizás el más noble que un ser humano pudiera llegar a realizar. Así, la lectura puede enaltecer a los hombres, engrandecer sus espíritus, ensanchar sus días, pero también reducirlos a simios, pues leer sin más ni más, tan solo a los amigos, es cosa bruta y tosca que convierte al lector en lelo e ignorante. Por eso, pensé en la sustancia con que acudiría al acto y no lo dudé, escogí un libro de Platón. Tumbado, leyendo, embelesado, observaba las estrellas aun estando en la habitación. 

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Sócrates a Critón: "Debemos un gallo a Asclepio; no te olvides de pagar esta deuda". Las últimas palabras de Sócrates antes de que su cuerpo fuera siendo tomado por la cicuta, por la gélida potestad del tóxico.  
Explica Cirlot que el gallo es un símbolo de vigilancia y de resurrección, de primacía del espíritu. El episodio en que Sócrates mantiene la entereza del filosófo ante sus discípulos  a sabiendas de su muerte ha sido siempre un pasaje que me ha conmocionado. La lectura del Fedón está en alcanzar la templanza de Sócrates, en aquilatar la templanza de los actos en la vida sin la desmesura de la vida, sino en la serenidad de la muerte. Ya lo advierte el propio Sócrates: "Los hombres ignoran que los verdaderos filósofos solo laboran durante la vida para prepararse a la muerte". 

Leído con detenimiento es esta la visión y el símbolo con que escribieron los  poetas de altura como Rilke o Dante, escribían desde la propia muerte, desposeídos ya de sí mismos, dejando de ser en cada letra, en cada sílaba prendida de un ser que los pujaba y que no terminaban de comprender. 

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Desdeño la esperanza de decir más allá con mi palabra.