martes, 30 de abril de 2013

HOY E. me quiere demasiado. Va creciendo y creciendo y ya muestra arrumacos y cariños. Eso me desvela y me trastoca. El beso de un hijo es el beso del amor puro. 
 
Pergeño unos versos torpes, que quedan en el cuaderno, que están motivados más por el sentimiento que por la lírica. Aun así, los guardo como reminiscencia y conocimiento de mí mismo, para cuando ya nada quede y solo recuerde el eco de la vida. 


QUISIERA la mirada de E. sobre la realidad. 
Ella esculca cada recoveco de su entraña 
y la convierte en vida; 
reconocer el brillo de lo original 
y nuevo en cada parpadeo 
y mostrar cara de vértigo 
a cada vuelo de una mariposa. 

Quisiera mostrar al viento mi rostro 
y sonreír de puro contento; 
silabear sin tanteos al descubrir 
el valor de los vocablos: 
pan, aire, agua, papá...
cuerpos fónicos de inocencia y plenitud.

Quisiera poseer la finura 
y la inmarchitable piel que muestra E.; 
su profunda suavidad, 
el olor a camelias 
de su pequeño cuerpo.

Quisiera celebrar la realidad 
como lo hace ella en cada abrazo 
y en cada beso, porque el amor 
es la perpetuidad que nos mantiene.