sábado, 27 de abril de 2013

EL CAMPO tiene su música. Ayer pude comprobarlo en la finca del poeta J.C. quien, anfitrión magnífico, me puso ante los ojos la geografía de su caserío: eucaliptos, rosales, almendros y moreras, plantas aromáticas y tierra húmeda, trigales parecidos a la mar en calma. Las lomas asomaban a lo lejos y ofrecían una figura en el horizonte, acaso la silueta de un infinito.

Hablamos de música con té y magdalenas. En un tiempo proustiano, recogidos por la luz, las palabras eran versículos. El trigo era un mar en calma, latente luz recogida en un haz.