domingo, 21 de abril de 2013

UNO de los libros que marcó el comienzo de mi escritura en el diario fue el de Julio Ramón Ribeyro, La tentación del fracaso. Debo confesar que lo leí con esmero, fijando la atención en su diseño y, sobre todo, en el manejo que despliega el autor del fracaso absoluto que es siempre comenzar a escribir. Porque escribir es canto sin eco.

Decía que J.R.R.mantiene viva una idea crucial para todo aquel que se acerca y que crea a través de este cauce y de este génro. El diario es siempre un trabajo inconcluso, es siempre un ir deshaciendo lo que nunca fue. Un diario es siempre inacabado, a difeencia de la novela, del poema o del ensayo, lo permite todo. No posee afán de finitud en sí mismo; su naturalez es sr materia inacabada Es una matriz, pues está muy cercano a la vivencia del individuo en su más absoluta soledad. No he percibido más silencio y más soledad que cuando he leído unas páginas de un diario verdadero. 

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Al leer unas palabras de Luis Rosales me quedo pensando en todos esos poetas que se declaran creyentes de alguna religión y que realizan todo lo contrario a lo que expresan los siguientes términos: 

"Dios es tu absoluto. Pero no se escibe para él. La poesía es algo que dejas para abajo. Yo tengo dudas para creer, no para vivr. En el amor y en la vida no se cree, se vive".

Qué lección de un peta que no confunde los términos como es habitual en estos tiempos de yerma valía intelectual. 

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Al comienzo de Conjuros (1958) escribió el poeta Claudio Rodríguez:

¡Dejad de respirar y que os respire
la tierra, [..]

Parece que la poesía españla comenzó un declive del que n se ha recuperado. salvo el caso de algún poeta aislado, como no puede ser de otra forma, lo que comenzó en la poesía española fue la proliferación de capillas, grupúsculos y demás ralea scial del extraperlo literario que no entendió que había que deajr de respirar, de ser, en definitiva, para ser algo en nada.