lunes, 19 de agosto de 2013

EL escritor se enfrenta, en cada instante, a la meditación de la palabra. El término que acoge la realidad nombrada es fruto de razones y encuentros de una consciencia individual amparada por los pareceres universales. Ese es el gran talento del escritor, no desvirtuar el discurso de su consciencia por las loas y los propósitos ajenos y, mucho menos, pensar que su verbo es prodigio incomprendido.  

Lo primero que se percibe de un escritor verdadero es su fidelidad a los vocablos. Y, en estos tiempos, lo primero que resalta de los escritores contemporáneos es que anteponen sus criterios al criterio objetivo de lo literario. Todo ello es un producto mercantil de las mentalidades contemporáneas que, en todas las disciplinas, expanden ese sentir y esa forma de producción. 

Muy diferente es todo a épocas remotas, a pesar de algunos paralelismos. Caravaggio, por ejemplo, en pintura, tanta verdad encerrada en esos juegos de vida y maldición; el propio Rodin en la escultura, ínclito conocedor de la vasta cultura; el mismo Falla componiendo la esencia cuando el resto cainita del país se desmoronaba o Tólstoi impenitente, desgajado, cambiante. Una galería que parece olvidada por los nuevos odres...qué ejemplos tan preclaros han dejado en la cultura estos individuos.

No es añoranza ni elogio de lo antiguo, pues tengo a estos y a otros creadores por modernos; es la falta de lectura y de virtud en la lectura lo que anoto en estas páginas de diario. 

*** 

E. sospecha ya que el mundo es contrario a todo o, en mejor decir, que la primera apariencia del mundo debe ser detonada. Lo noto en su mirada cuando llegamos al mar. Allí, la luz de su sesera, la llama viva de su rostro, se enciende, pues está junto a naturaleza. Luego, cuando está rodeada de familiares, la noto quejumbrosa, hastiada de tanta tontería, de las manidas palabras que creo ya sabe que serán dichas. 
Supongo (o quizás todo esto es ensoñación mía) que ella prefiere el largo lamento del mar, el estarse quietamente de la arena y sobre todo, los pájaros que atraviesan el cielo. Le encantan las gaviotas que pasean su cuerpo por la tarde cuando el sol deja caer su rictus derritiéndose en el confín de los ojos. Le encantan esas últimas llamaradas cruzadas de plumas y vuelos tras el alimento. Los señala, les grita, me lo dice con entusiasmo.