LO único que solivianta la espesura en la soledad y el silencio es la música. En ese fondo, la palabra se torna inútil y se descarna en toda su esencia. Cuando el hombre consigue enraizar sus latidos, su ritmo, su respiración con el orden que lo rodea la palabra es innecesaria. Esa falta momentánea de consciencia de la palabra, de tan difícil sensación, es la condición fundamental para que el poeta pueda, posteriormente, revelarse y desvencijarla desde su propia sustancia.
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Esta mañana, al contemplar el amanecer y al escuchar los pájaros en sus corifeos, he recordado un pasaje de una silva de Francisco de Rioja titulada "Al verano". Rioja piensa que la felicidad está en no sobrepasar los límites de naturaleza. Sus composiciones están cargadas de sensualismo y construidas con un verbo plástico, pictórico, que recuerda a ciertas pinturas de mi admirado Caravaggio.
En esta composición, dirigida a un destinatario explícito llamado Fonseca, -no por ello real sino ficticio-, tiene lo mejor de sí al final de la composición, concretamente en lo siguientes versos que dejo transcritos en este cuaderno:
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viendo las rosas que su aliento cría
cómo nacen y mueren en un día:
que las humanas cosas,
cuanto con más belleza resplandecen,
más presto desvanecen.
¿Y tú la edad no miras de las rosas?
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