sábado, 10 de agosto de 2013

TAN bellamente lo dice Boecio en prosa y en verso, nada más y nada menos. Lo dice Boecio y toda la antigüedad y los tiempos medievales y renacentistas y barrocos que siguieron la vera del conocimiento antiguo. Cuán perdurable es la fama y qué mísero el mortal que se encrespa en sus dones. Fugitivas, pasajeras, inexistentes son lo que el hombre cree virtudes. 

Los escritores que han labrado el ser del mortal han conducido su ego hasta la desaparición. Lo primero, el suicidio del ego predominante. Kafka da muestra de ello a las claras en Metamorfosis y Cervantes en su magna obra y, por ejemplo, T.S. Eliot en Cuatro cuartetos y tantos otros como Horacio o fray Luis, Rilke o san Juan de la Cruz, Thomas Mann  o Platón, Juan Ramón Jiménez o Petrarca. Cito algunos escritores de tradiciones y épocas distintas, pero siempre recuerdo que la primera lectura de la Commedia de Dante fue creer que el autor estaba describiendo el proceso de la descomposición del cuerpo y de la ascensión del espíritu. Dante otorga sentidos al espíritu. La desvinculación entre los sentidos, la realidad, el cuerpo.
Dante nos avisa de que el proceso (y Kafka tiene una obra así titulada, lo que no me resulta casual) es desgajar el ego, la cascarilla superficial del espíritu que obra  la creación artística. Ese espíritu es la armonía encarnada. 

En el poema de Leopardi titulado "La vida solitaria",-con el que adelanta motivos de lo que luego será su gran poema, "El infinito"-, puede el lector deleitarse con la templanza del poeta. Reflexión y creación desde el individuo, el espacio vivido y el deseo de permanecer sin tener consciencia aún de ello:

"Tiene una paz profunda aquella orilla,
donde, sentado inmóvil, de mí mismo
y del mundo me olvido, y creo que yacen
sueltos mis miembros, que ningún espíritu
ya los conmueve, y que su quietud antigua
se confunde al silencio de aquel sitio".

Es una aproximación a la fusión con naturaleza, con el cosmos que desintegra para restaurarnos en toda nuestra dimensión. Ese es el límite en que la poesía se establece cuando brota desde el centro indudable de ella misma. No es ya el ego el que dirige los vacuos intereses, sino el afán de perpetrar una palabra fuera del tiempo, permanente, tiempo en el tiempo.