EL ESTILO, la disposición de la frase, la relación de conceptos que brota sin más ni más, la cadencia musical de la prosa, la introspección en la psicología de los personajes, la justa palabra y el orden de la sintaxis y, sobre todo, el misterio de su narración y la salmodia, hacen de Conrad un autor del que conviene callar todo el tiempo en los márgenes del libro.
Es un relato largo pero parece que posee la hechura de una interminable laguna, un mar insondable. Lo va leyendo uno con la atención hipertensa, con la impresión de que va dejándose mucho en el camino. Es una lectura gozosa, que regodea al que se enfrenta a la fabulación.
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Poco a poco todo va tomando esa claridad y esa extrañeza de la que nunca huimos.
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