domingo, 15 de diciembre de 2013

COMO afirma Dámaso Alonso, la Epístola moral a Fabio es una de esas rarezas que nacen singulares y con una rotundidad inaudita. En muchas ocasiones acudo a la galería de moralidades y acciones humanas que se ensalzan y ,al tiempo, se denuncian en esta interlocución que, si bien está dirigida a Fabio, los receptores se actualizan en cada cual que comienza a leer el texto. Más allá de los temas desarrollados, elogio y aprendo de la cadencia de los tercetos, de la ejecución verbal. Hemos olvidado que la poesía es fenomenología de la palabra y que no es suficiente con la intención del autor, sino con el resultado verbal. 

Poco a poco voy acercándome al manejo de la rima y percibo que cuando esta es utilizada con maestría el texto ahonda y profundiza en el contenido de forma peculiar. Los poemas poseen ritmos de diversa índole, pueden ser verbales o semánticos, de pensamiento,  pero puede que los dos se aglutinen en un fórmula magistral de ejecución. Es eso lo que sucede a este poema, todo en él, todos los recursos son naturales, están perfectamente armonizados como si estas palabras no tuvieran otros desarrollo fonológico, morfosintáctico y léxico que el poema mismo: 

¡Qué muda la virtud por le prudente!
¡Qué redundante y llena de rüido
por el vano, ambicioso y aparente!

Creo que los textos traslucen las vanidades o la humildad de sus ejecutores, también sus insuficiencias. La humildad es la transparencia; la vanidad, lo opaco. Dice el poeta:

Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.

*** 

Existe una estética de la quietud que uno asimila a la naturalidad del estilo. Valle-Inclán declara en La lámpara maravillosa: "Todas las cosas se mueven por estar quietas". En efecto, en las artes existe una fuerza teleológica que vincula el comportamiento humano y la acción estética ante ese impulso.  Es por ello por lo que rehuyo de aquellos fragmentos encriptados a consciencia y que no ofrecen una carga simbólica (que todo texto magistral posee en última instancia) sino un hermetismo vacuo. Un cerrarse en sí. 

Es esta una de las evidencias de la literatura actual. Al estar ausentes de lecturas, los escritores vuelven en sus escritos esos vacíos. Algunos no hacen sino copiar literalmente y ellos se creen valedores de esas ideas. Si uno lee en un libro, en la prensa, en una bitácora una idea debe dar cuentas de esa fuente y construir su propia palabra dando a la luz el germen, no quedando, solo para sí, porque es ridículo (y así lo he visto en muchas ocasiones). Las ideas se tienen y si hemos echado mano de otros compañeros debemos mencionarlos. Esto sucede tanto en el ámbito de la creación como en el ámbito académico. Los dos los he sufrido y siempre he callado y he dejado que el curso de los acontecimientos fueran despojándose de las impresiones iniciales.  
La literatura siempre ha sido palabra en la palabra, no surge ex nihilo en ningún caso. Siempre hay una lectura o una idea o un diálogo o una visión que la origina. Y, como gratitud a ello, tal y como enseñó Cervantes, debemos darle voz en nosotros mismos, hacer florecer la humilitas con el reconocimiento. Es anecdótico que un escritor, cuando cita o parafrasea a un autor de culto, lo haga con la intención de que su textos posea cierta carga erudita. No sucede lo mismo cuando la fuente es un señor de medio pelo, inadvertido, que poco traerá a su ego y a su vanidad.  

*** 

Me conformo con tener la satisfacción de la consciencia. Como escribe Valle-Inclán: "En las creaciones del arte, las imágenes del mundo son adecuaciones al recuerdo donde se nos representan fuera del tiempo, en una visión inmutable". 
Es la visión inmutable la que edifica la literatura; desde donde Dante o Petrarca construyeron sus textos, el ángulo en el que Rilke y Shakespeare, Cervantes o Goethe, Leopardi o Platón obtuvieron el encanto del tiempo que es un nuevo entrever.