domingo, 22 de diciembre de 2013

NO es el tiempo el que nos atraviesa. La naturaleza de la angustia existencial es puntual en los seres humanos. Algunos tan solo evidencian, con sus carnes, con su decrepitud física, la supuesta acción del antiquísimo tempus irreparabile fugit. Hemos cargado la culpa a un elemento externo que, quizás, es interno. Puede que no sea el tiempo el que nos atraviesa, sino que nosotros mismos somos tiempo atravesado: "soy un fue, y un será, y un es cansado", escribió Quevedo. Versos que aglutinan la consciencia de esa naturaleza vivida del tiempo. El tiempo encarnado, ensimismado con el cuerpo de los hombres pero, sobre todo, con la consciencia de su dimensión.  

En escenas de diario encuentra uno el pensamiento. Ayer, mientas tomaba un café en Sevilla, leía  en un sobre de azúcar, en su envés, unas palabras de Poe: "La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia". Había, en este enunciado, conceptos de una potencia semántica irrefutable: "ciencia, locura, inteligencia". Y eso mismo me llevó a pensar que el trabajo de la inteligencia con el mundo. 
En el Arte de ingenio, Tratado de la agudeza, de Gracián, -obra de inconmensurable valor, obra desconocida en la cultura literaria española-, se diserta de la siguiente forma sobre la perfección del estilo. Me interesan mucho las obras que analizan y reflexionan sobre los cauces de la creación literaria ya que me siento, demasiadas veces, incapaz de nada, torpemente infante en el ejercicio de escribir. Leo, leo, los libros que me ofrecen reflexiones luminosas, análisis que evidencia, a la postre, por dónde han transitado las obras que todavía, más allá del tiempo, siguen actualizando su discurso. Es esta una demostración de que el hombre, en la acción creativa, puede convertirse en un ser subversivo contra el tiempo y su propia naturaleza. Escribe Gracián en la obra de marras, concretamente en el Discurso XLVIII, "De la perfección del estilo común": "Dos cosas hazen perfecto un estilo: lo material de las palabras y lo formal de los pensamientos. Son las vozes lo que las hojas en el árbol, y los conceptos, el fruto".

Hoja de árbol todavía, espero mi fruto acordado, el que quizás nunca llegará. Cultivo, reflexiono, en el huerto deseado de la ficción, la encarnadura de lo que va siendo en mí, de mí mismo, de ese otro yo que parece ordenarlo todo.