SI BIEN el teatro, lo dramático, desde Valle y Lorca, en nuestras letras, sobre todo desde la muerte del primero, ha dejado casi de renovarse y de centellear literariamente para los lectores (pues, otra cosa es el texto como espectáculo y representación), si bien la narrativa actual (con la excepción de dos o tres plumas) es un dechado de impertinencias, leo tan solo poesía y ensayo. Es más, me parecen que son dos géneros que, cuando brotan verdaderos, comparten muchos aspectos de su carta de naturaleza.
Sucede así con los libros de Ramón Andrés, pero también con el volumen que leo sin cesura intitulado El concepto del alma en la antigua Grecia de Jan n. Bremmer.
Al socaire de las notas anteriores caigo en la cuenta de que la novela ha caído en un desnorte absoluto porque ha cedido a las convenciones de os géneros audiovisuales como series de televisión o guiones cinematográficos. Incluso los antiguos lectores de novelas prefieren ahora pasar las horas que antes dedicaban a la lectura atentos al desarrollo de una serie televisiva. Tengo para mí que estamos ante una moda más y que la novela, como ocurrió desde su nacimiento y en el resto de etapas de su evolución, queda al servicio de los baremos económicos y sociales. Me entristece todo esto porque, en el camino, hemos perdido lectores notables, sobresalientes.