lunes, 19 de mayo de 2014

COMO los granos de arena que E. sostenía en la mano esta tarde, como esos granitos casi invisibles siento mi vida. Se esparce hacia el viento, en la lengua de la luz. Y me voy perdiendo en ella, sin ser nada, ser algo en nada, tan solo danzando el rito de silencio, escuchando el murmullo de la transparencia. 

Quizás todo va siendo ya del otro costado: mi cuerpo, mis recuerdos, lo que nunca pude advertir como mío pues nunca lo pensé. No entiendo ni creo en los años, pero sí en la formación de la consciencia con el ritmo permanente de armonía. Quizás, decía, comience, desde ahora, el tiempo de la claridad y con ello deba ir abandonando labores que cercenan lo inmediato. Lo hago pensando en E., en el contorno de su vida brotando como fuente y como manantial insoslayable.

*** 
Tres, cuatro, cinco lectores acaso de este diario. Todos inmensos, fundamentales, suficientes. A lo mejor, desde ahora, voy dejando de escribir en este Trópico que se aproxima a los siete años ininterrumpidos de escritura. Digo en este espacio pero no en el espacio en blanco. Y puede que le envíe estas notas en silencio, subrepticiamente, a esos tres, cuatro o cinco lectores suficientes.