“PONER la vida en aquello que no se puede alcanzar de
ninguna manera. Que es imposible. Que es una muerte. Y eso es lo que hay que
hacer", afirma Simone Weil. La transcribo, con lentitud y la he vuelvo a leer incansablemente. Encuentro en este aserto una razón objetiva de vida y de entrega hacia el fondo de mí, hacia donde nunca nadie podrá dirigirse.
En efecto, "poner" implica la acción de la voluntad personal. Y se pone nada más y nada menos que la vida, la vida toda. ¿El fin? Incognoscible. ¿El camino? Quizás la muerte misma, pero seguir viviendo hacia ese atisbo, ese indagatorio sistema del ser que contiene un origen inhabitado pudiera ser el paradigma del ser para el mortal.
Corrijo algunas poesías. Pienso en canciones, formas estróficas clásicas, temas, en la anchura de la lírica pasados los siglos. Versos sueltos que quisieran remontarse hasta confabular poemas aparecen desde hace unas semanas. Otros tan solo amenazan con desaparecer y diluirse con la suerte torpe de mi ingenio. La mayoría jamás llegan. El resto no fue nunca ni lo serán. ¿Qué misterio el de la poesía? -me digo sin recelo, con contundencia. Pero, también, ¿qué misterio uno mismo soportando este trágico meditar?