jueves, 15 de mayo de 2014

DESDE hace unos días E. tiene la costumbre de dejar uno, dos o tres libros encima de la mesa del salón. De tal forma que, cuando llego del trabajo, me mira y me indica que los acaba de dejar. Hasta ahora había preferido la zona de la biblioteca dedicada a la novela e lengua extranjera: Zweig, Hesse, Mann, Broch, Bove entre otros tantos han visitado esa palestra eventual que E. le ha creado. Sin embargo, hoy me ha dejado una sorpresa que me ha recordado los años en que compraba libros en librería de lance como quien descubría tesoros y misterios inexpugnables.
Uno de ello es el libro de Marco Denevi titulado Ceremonias secretas. La edición que manejé y que hoy motiva estas palabras lleva un prólogo de mi admirado Alberto Manguel, así como la selección de textos. Cuando la he dejado en la cama he comenzado a leer los relatos que tenía subrayados "Ceremonia secreta", "Un perro en el grabado de Durero titulado `El Caballero, la Muerte y el Diablo´" y "Eine kleine Nachtmusik".      

Traigo a la memoria cómo adquirí la afamada novela de Denevi Rosaura a la diez y la grata sensación de estar leyéndola sin más miramientos que los de la construcción literaria de un texto narrativo. Esto y tantas otras acciones que se interponen entre los libros, los momentos de lectura y de vida que aglutina cada portada de la biblioteca, incluso, cada página de los libros que nos rodean. 

Sin saberlo puede que aveces hagamos o digamos palabras o acciones que procuren en los demás un terreno fértil para proyectar la memoria y el deseo. Quizás en eso mismo consista la literatura y quizás esa sea su naturaleza prístina.