martes, 20 de mayo de 2014

SIENTO una pena profunda y diáfana como nunca antes la había vivido. Esta mañana, me he dedicado tocar todos los objetos con las yemas de los dedos, lentamente, acariciando cada infinitud de la materia. Luego, he cerrado los ojos, me he tendido en el sofá y he comenzado a escuchar el ritmo permanente de latido del corazón. Acordado con él, su ritmo binario se ha hecho de mí y he dispersado todo lo que parece que soy en sus ritmos. No sé cuánto tiempo ha durado la estación, si horas o minutos, pero tengo para mí que el tiempo no opera en estos ejercicios. 

Parménides ofrece la imagen de un iniciado para poder viajar desde el comienzo. Un iniciado que ya ha muerto antes de morir, que sabe cómo morir para poder hacerlo y llegar a la sabiduría conscientemente. 
Aire herido cuando la palabra suena y se convierte en onda. 

"Son las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo. Matrices cristalinas, en ellas se aprisiona el recuerdo de lo que otros vieron y nosotros ya no podemos ver, por nuestra limitación mortal, aun cuando todas las imágenes y todos los verbos sean eternidades en el seno de la luz, como explicaba el mago Apolonio de Tyana. Para el iniciado que todas las cosas crea y ninguna recibe en herencia, la luz es numen del Verbo. Las palabras en su boca vuelven a nacer puras como en el amanecer del primer día, y el poeta es un taumaturgo que transporta a los círculos musicales la creación luminosa del mundo", son palabras extraída de La lámpara maravillosa de Valle-Inclán. Las recito en voz alta, de memoria, repitiendo algunos pasajes con cadencias dispares. 

La poesía verdadera conduce a los ocultos lugares del saber.