viernes, 2 de mayo de 2014

NO es aporía ni silogismo, tampoco una mera paradoja sin más, ni siquiera una boutade contemporánea no tener claro qué fue antes si la poesía o el poema. Quizás, como en las disquisiciones filosóficas, debiéramos dejar de utilizar términos de clasificación temporal como ese "antes" que utilizo a consciencia y hablar de la literatura como un todo orgánico, sin principio ni sin, que nació ella misma de sí misma, de un solo principio que comparte el resto de manifestaciones en cualesquiera de sus convenciones y géneros y que, cuando se parte de este designio provoca eso que denomino el centro indudable, esto es, la inexplicable razón perpetua, evidente, sonora, real de la literatura en la literatura. Creo que tras casi siete años escribiendo en este diario he tratado de responde a la misma pregunta, a la cuestión que ayer me abordaba cuando comenzaba a vivir. 
Es la cuestión palpitante en la literatura para las líneas en que uno trata de desentrañar el qué de la literatura. El escritor, dejando a un lado su labor creativa, de soledad fructífera y silencios armoniosos, siempre tiene por delante un misterio. Participa del mismo, él se convierte en bifurcación de ese misterio y se convierte en vaso en albatros, en voltaje, en pálpito, en ser demiúrgico. Sea cual sea esta naturaleza, es provocada por una transformación de la palabra. Ese misterio es el de la génesis de la creación literaria. Y es misterio porque es extraordinario, informe, indescifrable, poliédrico y permanente más allá de las épocas y etapas de la humanidad; es misterio porque va revelándose en cada sílaba, palabra, sintagma, enunciado, párrafo, texto independientemente de los demás, relacionándose con los demás, dialogando, reescribiendo, en todo caso actualizando en cada manifestación qué es la Literatura.   
Pareciera que es connatural con el devenir de su evolución el hecho de crear -no de expresar, comunicar-, sino de la creación literaria. Entendida así, la literatura es un verdadero misterio presente a diario en quien se coloca con un papel, su cuerpo, un artilugio punzante para escribir y va evidenciando la naturaleza proteica de las palabras para ir más allá, cargar de sentidos múltiples sus significados y provocar, para colmo, placer, entretenimiento, gozo u ocio activo en otro ser, otro individuo, que denominamos lector.