martes, 7 de abril de 2015

EL CONTENIDO  del corazón es lo que quisiera volcar, como un manantial sereno y blanco, en la palabra poética. Un contenido glauco, procedente del volcán y del magma inaprensibles que convocamos al decir de una revelación, en la lectura de un rito de paso. Como María Zambrano, la poesía es revelación del ser, lo que los griegos llamaban aletheia. Un desvelo, nunca un proceso fortuito de nombramiento; nunca una imposición por parte del individuo sobre la palabra bella y justa. Es antinatural, llamémosle inarmónico o estridencia de la ceguera del corazón.  
Ser límite en el límite, deambular por la nebulosa y delicuescente realidad que orilla en la palabra poética verdadera. Y nada más, contemplar si acaso, si acaso pudiéramos estar con el corazón sin pálpito ante la infinitud, con el corazón sin latido de la belleza en calma.  
El contenido sin narración, nunca la luz tuvo su relato. Un contenido total, que se expande con destellos que resuenan y resuenan en la cúpula callada de nuestras manos.
Y acaso morir en el silencio vivo de la soledad. En el silencio nutricio de la soledad sonora. En el establo de las musas mordisqueando a Orfeo, relamiendo sus miembros en un ejército de implacables susurros. 
Apenas has escuchado el contenido del corazón todo sufre una vuelta y una aritmética. En ellas no puedo reconocer lo que no existe, lo que nunca existirá entre sus hojas. 



Sigo, lentamente, haciendo acopio de las prosas de este diario. Con la insistencia de la poda, con el trazado de un hilo imaginario que los ensarte, voy corrigiendo, recopilando, sumando, conformando una estructura a estas prosas sueltas. De vez en cuando, releo los poemas que surgieron en marzo de hace dos años. En los idus es el tiempo en que comienzo a escribir sin saber qué causa misteriosa se esconde tras ello. Suelo concluir en noviembre, quizás con el auspicio de Capricornio. 
Decía que sumaba las prosas y poco a poco el hilván de todas estas palabras iban culminando una imagen. Con Borges, esa imagen que se refleja de un hombre pudiera ser un retrato del individuo que las pergeño, pero no lo siento así. Sufro extrañeza ante ellas: las leo, recuerdo en muchos casos su origen, pero me invade más un sentir de alejamiento que de pleno reflejo de mi vida. 
Quizás ser lector ante todo es la condición necesaria para, como Ulises, desear ser nadie, pues nadie en cualquiera de nuestros orígenes es la naturalidad, el estado de naturalidad es ser nadie.