SI el Mediterráneo muestra algo, eso es la calma y la templanza. Es más, una calma pronunciada en la cadencia de su quietud, lisa, olivácea, profunda, neblinosa, como el horizonte en los ojos de Virgilio cerca de Brindisi.
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El arte, en su destino mayor, como afirmaba Hegel, le roba espacios y el tiempo al mundo contemporáneo. No vive en él, ni de él se nutre. Es un curso análogo que desprende una música y una claridad celeste. Cuando el arte participa de ellas el lector se sitúa en ese espacio y en ese tiempo: presiente una mansedumbre y una armonía en su espíritu. Todo lo contrario a la leve nota de los bardos que anhelan el rumiante aplauso de la muchedumbre.
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La soledad es desenvolverse al universo, al estado prístino del origen. Supone una muerte y un renacer, transitar un abismo que no podrás comprender siendo lo que eres.