QUIZÁS, la gran lección de Rilke pudiera recogerse en una anotación: "En ningún lugar hay mundo más que dentro". Solo cuando las cosas se han transformado, dentro de nosotros, en invisibles, es cuando realmente existen, añade Antonio Pau.
A estas consideraciones, culmina el propio Rilke con un aserto límpido y bello: "solo en nosotros puede cumplirse esa íntima y permanente transubstanciación de lo visible en invisible".
Qué lejos, ¿verdad?, todas estas reflexiones, términos, estaciones semánticas y exposiciones de Rilke de la vida actual, más aún, de la poesía actual. Algunos lo citan en sus libros, pero es penoso que ni siquiera lo hayan leído y aun así lo muestren.
Es por ello por lo que considero, con Rilke, que nos han anulado, nos han estropeado los sentidos con que podíamos captar la vida sin límite, la de Parménides, Platón, Boecio, Montaigne, Rilke, Cervantes, por poner solo un puñado de nombres. Dice Rilke que una vida falsa, demediada, es aquella que "se reduce a lo visible. La que da la espalda a lo invisible".
Este diario, que roza los ocho años ininterrumpidos, siempre fue, en el fondo, un alegato a la invisibilidad.
Así, recupera uno el ímpetu, la cadencia necesaria para hallar un sentido último y estético al mundo que nos logre reformular como un torbellino. Lo siento por mí, por el mundo-festival de los poetas de este tiempo, pero nada soy en ellos, ni nada logro ver en ellos, ni nada quiero ser en ellos.