RETOMO los ánimos de la lectura
con nuevos bríos. Tras este invierno sometido al trabajo, a los compromisos y
demás faenas ineludibles, renuevo el afán de leer. Es la acción de la
curiosidad, es la materialización de los deseos individuales, es, con el tiempo,
el único y verdadero compromiso de la concordia con la existencia.
Percibo que en la actualidad la
lectura ha sufrido un cambio en su concepción. Ahora se valora mucho la
cantidad de la lectura: alguien que lee es aquel que lee muchos libros, da
igual el formato, el género, la trascendencia de esa lectura. En ningún caso se valora qué leen los
individuos y, muchos menos, si esas lecturas han transformado al individuo en cuestión. El acto social es leer
mucho y cuanto más extraño sea para el resto de lectores el título, el autor o cualesquiera de sus características, más extraordinario se
concibe el hecho.
Por otra parte, restan los que
leen con sosiego; los que releen las más de las veces y los que dejan pasar el vaporoso tren de lo eventual y de moda. En ese grupo me siento, en ese pelotón informe, casi piélago, en que los lectores aspiran a convertirse en islas, solitarias, con los límites perviviendo donde el agua, donde el mar deja sonar sus ensoñaciones.