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s cómo su nieto Julien, antes de acostarse, lo llamaba: “¡Jipé, el cuento, el cuento!". Y cómo él le leía un cuento todas las noches. Vernant trabajaba por entonces en el sesudo estudio de algunos mitos y tiraba de ahí, de su conocimiento próximo para contarle al niño un cuento. Dice que desnudaba las historias y las despojaba de las dificultades añadidas. Le contaba un cuento, érase una vez…sobre el universo, los dioses y los griegos. Quería sumarse con ello a la tradición oral que viene de antiguo, de las fábulas de nodriza ,entre otras vertientes.
a o la filosofía.
r estas fechas, ya teníamos preparado el viaje a Italia. Por supuesto, compramos libros relacionados con el viaje y uno de los que M. leyó fue Venecia, Tintoretto, de Jean-Paul Sastre (Madrid, Gadir, 2007). Urgo en las líneas del libro en busca de un subrayado, de una pista que ella haya querido dejarme a sabiendas de mis manías. El libro contiene dos ensayos, uno dedicado a Tintoretto, titulado "El secuestro de Venecia" y el segundo, dedicado a la ciudad, "Venecia desde mi ventana". Completan el libro unas ilustraciones con cuadros de Tiziano, Tintoretto y Veronese.
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El 27 de julio de 1890 escribió Van Gogh la última carta a su hermano Théo. No llegó a terminarla, estaba poseído por una crisis de las que lo frecuentaban en los últimos días de su vida. Se la metió en el bolsillo. Salió corriendo a los campos de trigos que rodeaban Auvers y que tantos conceptos le había otorgado a su sesera. Toda vez que pasó por ellos como un niño desesperado, sacó el revólver que llevaba en el bolsillo y se disparó en el pecho. Irremediablemente han acudido a mi memoria dos secuencias. La primera, el verso que se le encontró a Antonio Machado en el bolsillo de su gabán. La segunda, Sándor Márai recontando las cincuenta balas que tenía sobre la mesilla de noche.
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En el gabán de Antonio Machado se encontró un papel arrugado y humedecido. En él había tres anotaciones: “Ser o no ser…”, “Estos días azules y este sol de la infancia” y cuatro versos de Otras canciones a Guiomar:
Y te daré mi canción:
Se canta lo que se pierde
Con un papagayo verde
Que la diga en tu balcón.
En la carta que llevaba Van Gogh y que nunca entregó a su hermano, escribió: “ la verdad es que sólo podemos hacer que sean nuestros cuadros lo que hablen”. Y creo que es la totalidad del ser humano lo que invade la mente de estos creadores. Un estado de anestesia creativa, de resignación involuntaria a su natural condición de creadores. Son demiurgos caídos que rememoran sus temas al fin de sus vidas. Como una música que va acallando sus notas para dejarlas resumidas en un eco, que es la posteridad.
No me extraña que Márai, en el mes de junio de 1986, esté escribiendo cosas parecidas a estas reflexiones. En esos días, el 15 de julio, se entera de la muerte de Borges en Ginebra, a quien dedica elogiosas líneas (“un talento original de este siglo”). Por suerte, estos papeles nos han llegado como un boceto del otro costado. Dice Márai: “Un hombre es la totalidad. Cien mil hombres es meramente una cifra”.
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La vida, en ocasiones, posee la trayectoria de una bala.
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La claridad de la muerte es tan breve como una vida.
seé por la Feria del Libro de Sevilla bajo la sombra de Jaime Galbarro. Digo bien bajo la sombra, porque una conversación con él es un eclipse: todo se enmudece y ahuma cuando me lleva al siglo XVI ó XVII, a los intríngulis de sus labores editoriales o a sus tareas de investigador de las retóricas antiguas: “Ni uno sólo nombra a Cervantes…”, exhala excitado.
sus luces de bengala como dos párvulos.
A los que están siguiendo este anejo festín creativo podrán entender que el declive llegó hace unos días a la vida de Márai. Su Diario solo atestigua tal acontecimiento en la vida de un escritor húngaro que vive, desde hace cuarenta años, en San Diego. El hermano y la esposa del escritor, únicos habitantes a los que amó, se han muerto. Él acaba de comprar una pistola y cincuenta balas. También murió, según una declaración el 17 de marzo, su hijo Kristófka. Y así lo afirma el mismo día: “Agotamiento total. Ganas de morir”. Su sintaxis se va recogiendo como un susurro mortecino, como una noche que va desplegando sus velas al viento. Sus palabras trazan una música que recuerda una danza macabra.
andalizó al leer que Renard proclamaba que todos los caminos están cerrados y que escribir es una opción cerrada; cuando el filósofo francés proclamaba justo lo contrario, esto es, para escribir y para pensar hay que comenzar cada vez de nuevo.Uno y otro, están defendiendo la misma idea. Sartre mutila el resto de opciones al elegir una. Renard ironiza sobre las posibilidades de la literatura reduciéndolas a cero. 
Acabo de abrir un sobre que descansa ya saqueado sobre la mesa. En él venían dos libros que compré, en Internet, hace tiempo. Uno de ellos es Seis Calas en la expresión literaria española, de Dámaso Alonso y Carlos Bousoño. Era este un libro que había manejado habitualmente en la época de la Facultad y que, como gran parte de la colección de Gredos, se resistía, por inencontrable.
Me llegó rePublicanos -Cuando dejamos se ser realistas-, de Fernando Iwasaki. Este libro ganó el Premio Algaba de ensayo en 2008 y lo he leído con gusto y deleite. Lo leí con deleite y comprobando cómo los temas que han perseguido al autor peruano vuelven a encontrarse y a ramificarse ahora con el temple de la madurez. En este libro ha volcado sus inquietudes como historiador y algunas de sus virtudes como escritor (no olvidemos que Iwasaki dio claes de Historia en la Potificia Universidad Católica del Perú y que es autor de Extremo oriente y Perú en el siglo XVI). Sus obras de ficción siempre han presentado, como si fueran un tapiz, las hilachas de la historia atravesándolas. Desde Tres noches de Corbata (1987) hasta Neguijón (2005), desde Inquisiciones Peruanas (1994) -nueva edición en Páginas de Espuma- hasta Ajuar Funerario (2004). En todas estas obras y en sus artículos la Historia está presente, a veces transmutada en materia de ficción, otras siendo el eje central de las mismas.
Hay recuerdos que insisten y percuten en la memoria como una nota musical contrapuntística. Imágenes que desvelan las más de las veces un tiempo que ha sobrevenido hasta ahora caduco y pendenciero. Los recuerdos tienen algo de ajuste de cuentas, de acción inacabada que aspira a su perfección. Algo así como una forma en potencia. Por eso considero que Proust dio carta de naturaleza a la memoria vinculándola con el tiempo recuperado o perdido, el tiempo anestesiado que aguarda, como un arpa en el ángulo oscuro, que una mano lo taña.
salvaguardia ni reticencia y por ello escucha uno atónito, en ocasiones, que un poeta se reivindica continuador de Cernuda y Gil de Biedma; o que un narrador cree adquiridas las virtudes de Faulkner; o que un traductor considera que hasta entonces la obra en cuestión había sido mal tratada; o que un joven que comienza a publicar (escribir es otra cosa) afirma que su obra es una ruptura y que como tal es una genialidad compuesta por un púber que a partir de ahora participará en todos los congresos, en todos los suplementos y en todas las manifestaciones pseudoliterarias que ocurran en el país. 
Acaba de publicarse una magnífica edición de Parerga y Paralipómena, de Arthur Shopenhauer (Valdemar, 2009). Esta edición se suma a la también estupenda edición que elaboró Pilar López de Santa María para Trotta en el 2006. Mientras escribo estas referencias recuerdo que dejé a Márai leyendo una biografía del filósofo alemán.