martes, 23 de noviembre de 2010

Con J.S.M.
Recordando a Platón. Hay una lección poética que pasa inadvertida al final del Fedro, cuando dice Sócrates: "Amigos, los sacerdotes del templo de Zeus en Dodona afirmaban que las primeras palabras proféticas salieron de una encina. A la gente de entonces, [...], les bastaba, en su sencillez, escuchar a una encina o a una piedra con tal de que dijeran verdades".
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Quevedo, avejentado, en el Convento de San Marcos, en León, leyendo desde la mañana a Catulo, Juvenal, Horacio, Homero, con los maitines abigarrados en los muros de su patria mía. Sus incisivos ojos, devocionarios de la palabra, arrastrados por las letras. Un hombre sólo que alcanza la humanidad.
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Ante las conversaciones jugosas, que se establecen límpidas, caídas del azar y de las aguas serenas, sólo puede uno asumir los aprendizajes. Como neurótico, me quedo pensando en las conversaciones como si tuviera que reproducirlas en una escena de cine que estuviese esperando mi actuación. Recuerdo los gestos, incluso las posturas más peregrinas. Los frutos venideroshan sido una alegría inesperada.
Lo que sucede, sin embargo, es que cuando soy consciente de la valía de unas horas en manos de otros que mejoran la vida, que la hacinan con mejor calado, soy un melancólico sembrador de encinas en la noche que sólo vislumbran en la memoria lo indecible.

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