domingo, 28 de noviembre de 2010

Propuso Ricardo Menéndez Salmón un debate acerca de la importancia del escritor en la actualidad, ¿cuáles son los límites y cuáles son los compromisos culturales y sociales que debiera asumir? ¿Es una opción individual que no se presupone?
Después de que desarrollara un alegato sobre un tipo de literatura de la que me siento muy afín y de que se desvinculara de la narrativa de crema, me quedé pensando -lo hago desde el jueves- en el artículo que escribió Mauricio Wiesenthal sobre Tólstoi, porque, en definitiva, los dos estaban percutiendo en la misma cuestión.
En principio, no creo en la obligación moral que lleva al escritor a alzarse en intelectual comprometido con su tiempo, con las injusticias y con el rumbo espiritual del mismo. No creo en la obligación de desprender su voz en los medios de alcance social. La obra surge desde la urgencia literaria individual de leer y escribir y es la soledad el estado natural de la creación.
Por otro lado, es cierto que el intelectual debe estudiar la evolución de las culturas para poder aprehender los temas humanos en sus distintas formas, es decir, los temas que nos hacen humanos han tenido materializaciones diferentes en las distintas culturas. Esa transformación de lo eterno y común sí debe ser estudiada y asumida para poder entroncar con el espíritu de tu época. Para esta tarea, el escritor sí debe convertirse en un lector de materias importantes como la filosofía, la antropología, el fenómeno religioso, la ciencia o la historia de las distintas disciplinas. Debe hacerlo para impregnar su obra de lo que nos conmueve como humanos, para diluir en ella la materia de lo humano.
La sociedad actual es el territorio de lo especulativo, es un rancho platónico en que los seres se sienten tentados y persuadidos por las realidades especulares que no les conducen a nada. Esos impulsos se producen en las artes, incluida la literatura. Los escritores se dejan atrapar por la moda, por la propuesta efímera, por la tendencia fugitiva que termina por desaparecer sin habe dejado fruto alguno.
Quizás, esta circunstancia se produce porque desde los estamentos políticos, sobre todo de corte pseudo-izquierdista, han insuflado en la mente de los ciudadanos que todos lo pueden hacer todo, que todos lo pueden conseguir todo, que la educación o la cultura es asumible por cualquiera. Eso es una falacia descomnal. Así, cualquiera piensa que su obra está a la altura de un genio literario y que su obra, por original y por ser escrita por un hombre, merece el mismo respeto que la de otro. No, no es la misma obra la de Kafka que la de otro hombre, no es lo mismo la obra de cervantes que la otro.
En esta incoherencia, ocurre que se ha obviado el proceso y el trabajo que ha llevado a un escritor a convertir su obra en algo humano, en un monumento que conecta con las constantes de la humanidad y, por lo tanto, con la evolución del espíritu de las épocas. Eso sucede muy pocas veces, demasiado pocas. Y visto el panorama, será difícil que con las ilusorias manías de los escritores de hoy, podamos leer, en estas décadas, una obra literaria de este calado. Sólo hay que echar un vistazo a los “proyectos narrativos” que están escribiendo algunos literatos para caer en la cuenta de que la situación está totalmente desustanciada.
Por tanto, la primera tarea de un escritor es leer. La segunda, escribir. La tercera, conectar la lectura con la escritura. La cuarta, si posee el talento y ha desarrollado el trabajo necesario, escribir una obra que descubra, a plena luz, el espíritu de esta época que es la naturaleza sentimental del hombre.

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