Esta tarde (y me urge este presente tácito) necesitaba recostarme en el sofá y escuchar con delectación La pasión según San Mateo, de Bach. Esta obra congracia al hombre con el mundo como ninguna otra, pero también me acelera la conciencia del sueño, del estarse despierto y viviente en un músico acento. En él me sostienen otras evidencias inenarrables, que jamás serán presencias en este diario, tan sólo apuntes, notas, sugerencias, como este texto que concluyo cuando la armonía se conduce sola, sin firmamento ni asidero imaginado.
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Todo, desde hace tiempo, parece un borrador de otra vida. La memoria, a medida que amplía sus vectores, va desgajándose de la mente que la ilumina. En esa inconsciencia, en ocasiones tenemos la sensación de que somos sueños de otro ente superior que debió controlarnos desde el inicio y del que hemos perdido toda huella nemográfica. Sea una idea filosófica o una entelequia absoluta, no deja de azuzarnos debido a la naturaleza que nos sustancia.
La vida va adquiriendo una medrosa luz de inocencia. Hay que apurar cielos, como Segismundo, poseer ojos hidrópicos, ser hombre entre las fieras y fiera entre los hombres, ser un esqueleto vivo y un animado muerto. Así vislumbro, cada mañana, la vida que me tocó vivir entre zafias esperanzas. Necesito más espacio para escribir y leer, más prisión que la que me retiene. Odio y estoy infectado de vacuas arrogancias que me desdicen y me convocan a la muerte. Todas las mañanas bailo una danza mortuoria cada vez que asilo la belleza y las artes de mi vida.
La vida va adquiriendo una medrosa luz de inocencia. Hay que apurar cielos, como Segismundo, poseer ojos hidrópicos, ser hombre entre las fieras y fiera entre los hombres, ser un esqueleto vivo y un animado muerto. Así vislumbro, cada mañana, la vida que me tocó vivir entre zafias esperanzas. Necesito más espacio para escribir y leer, más prisión que la que me retiene. Odio y estoy infectado de vacuas arrogancias que me desdicen y me convocan a la muerte. Todas las mañanas bailo una danza mortuoria cada vez que asilo la belleza y las artes de mi vida.
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Vida infame no es vida y ésa es la nuestra. La infame turba de nocturnas vidas que aquilatan con sus palabras el enigma que somos. Como Rosaura, es todo el cielo un presagio, y es todo el mundo un prodigio. Quizás, con Borges, nos encontramos en unas ruinas circulares a las que creemos que estamos llegando cuando, en puridad, estamos dejando a las espaldas. En ese juego especulativo, tan pródigo en el Barroco (porque el Barroco diseccionó el logro del Renacimiento: un hombre, en sí, son muchos hombres figurados), la libertad nos espera en el sueño y debemos escuchar sus acentos, sus múltiples declinaciones.
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Lloro, lloro sin más ni más, sin causa que explique esta desesperación. Lloro con los acordes de Corelli porque me llevan a una evidencia. De un golpe en tierra surgen los recuerdos junto a M., los únicos verdaderos y necesarios. Cuando estoy deambulando imaginariamente por ellos, me emociono con lágrimas, aunque las lágrimas desvirtúan la emoción. Habrá quien piense que, en este siglo de tecnológicos sentimientos, el lloro es una bagatela, pero me embarga, cada cierto tiempo, un vaho de finitud, de claridad, de éxtasis, que hacen que renuncien a mí mismo por unos minutos. En ellos dejo de ser yo para ser,no sé dónde ni cómo, únicamente, ser.
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