El mundo en sí es complejo porque cada hombre lo comprende de una manera. Son esas comprensiones las que perfilan las posibilidades del mundo. Si el mundo es unívoco, el hombre debería entenderlo en esa única posibilidad, pero, ¿qué sucede cuando hay diversas formas de ser en él? ¿Implica ello que el mundo en sí sea plural?
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El otro día comentaba con R. que existen temas más importantes que otros. Lo dije convencido de esas palabras porque una mayoría de ciudadanos terminan por conversar sólo de dos o tres temas que se repiten hasta la saciedad. No quiere decir uno que exista gente más audaz o diversa que otra (aunque así lo crea firmemente), con más capacidad para entender la pluralidad del mundo y de sí mismo. Tampoco puede uno decir a las claras que lo común de las conversaciones al uso es el aburrimiento, por repetitivas, cansinas, superficiales. Así visto, evidentemente existen temas más importantes que otros, palabras que nos derivan por otros aspectos que son los que nos deben interesar como hombres, los que nos arrojan luz sobre l que nunca atendimos.
Pero esta sintaxis tan abrupta que utilizo, “deben, tienen, hay, tendríamos” puede conducirme a un adoctrinamiento del que rehúyo, sin embargo. Sólo quiero expresar, en esta tarde de gotas en la conciencia, si es posible que cada interpretación del mundo, por superficial y banal que sea, tenga el mismo valor que las demás. Pienso, de antemano, que no es posible, al igual que no es moral, que el voto de un hombre valga igual que el de otro; como tampoco es posible (según mi criterio) que la obra literaria de cualquiera sea la de Cervantes.
Huyo de los relativismos en aquellos aspectos en los que no ayudan a interpretar y aprehender en su totalidad nuestra conducta. Porque hay pautas en la vida del hombre que necesitan de cierto absoluto que vertebre, al menos, el comienzo de una reflexión. Desde hace unos meses, observo que la sociedad circula por derroteros que nadie ha trazado y que el hombre, cuando se deja a su albedrío, a su torpe e insustancial instinto, termina en el desafuero y la arrogancia. No pueden perderse los límites con las otras formas que ordenan la vida de hombres, porque si estamos convencidos de la nuestra, nos servirá para reforzar nuestra conciencia; pero si estamos en tensión y disputa, nos valdrá para encontrar lo que no hallamos de momento.
Pero esta sintaxis tan abrupta que utilizo, “deben, tienen, hay, tendríamos” puede conducirme a un adoctrinamiento del que rehúyo, sin embargo. Sólo quiero expresar, en esta tarde de gotas en la conciencia, si es posible que cada interpretación del mundo, por superficial y banal que sea, tenga el mismo valor que las demás. Pienso, de antemano, que no es posible, al igual que no es moral, que el voto de un hombre valga igual que el de otro; como tampoco es posible (según mi criterio) que la obra literaria de cualquiera sea la de Cervantes.
Huyo de los relativismos en aquellos aspectos en los que no ayudan a interpretar y aprehender en su totalidad nuestra conducta. Porque hay pautas en la vida del hombre que necesitan de cierto absoluto que vertebre, al menos, el comienzo de una reflexión. Desde hace unos meses, observo que la sociedad circula por derroteros que nadie ha trazado y que el hombre, cuando se deja a su albedrío, a su torpe e insustancial instinto, termina en el desafuero y la arrogancia. No pueden perderse los límites con las otras formas que ordenan la vida de hombres, porque si estamos convencidos de la nuestra, nos servirá para reforzar nuestra conciencia; pero si estamos en tensión y disputa, nos valdrá para encontrar lo que no hallamos de momento.
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Quizás los versos de T. S. Eliot tengan razón y debamos tener en cuenta que “no pueden/los humanos soportar demasiada/ realidad” y que cuando se pregunta por el hombre, así, en limpio, de lleno, está preguntándose por el universo al completo, porque todo lo que exista ,aun en subjuntivo, parte del individuo. Por eso los versos primeros de Four Quartets, de Eliot, comienzan de forma tan rotunda y explican que el pasado, el presente y el futuro están contenidos entre sí. Y es en el presente donde, o cuando, los tiempos se entrecruzan en una llamarada fugitiva que invade la conciencia torpe del hombre, una claridad llamada ser. Sólo en su cercanía vislumbraremos lo que pudimos ser, lo que alcanzamos en el presente eterno que nos sostiene.
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