martes, 16 de noviembre de 2010

En estos mismos instantes en que lees estas líneas, como en noche silente, sobre campiñas argentadas y aguas, tengo abierto un libro de Leopardi, Cantos, sobre el teclado, abandonada, oscura queda la vida, alzando la mirada; y otro de Lu Ji, Wen fu, justamente al lado, la belleza de las palabras se muestra en la destreza del talento, pero es el pensamiento el artífice que las gobierna. Los estoy leyendo mientras escribo, porque he querido comprobar cómo la lectura es indisociable de los ojos del que mira, -sólo verán tus ojos-, incapaz de ser simultaneada y desvirtuada de su mecánica. Porque, ¿no percibes la cadencia de los versos de Leopardi; no te aproximas con la poesía milenaria de Lu Ji a la más exagerada poesía de la poesía?

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