Como en un donoso escrutinio, debe uno entenderse como una creación estética. Es por ello por lo que hoy, cuando alguien me ha pedido explicaciones sobre mi comportamiento y mis opiniones, no he podido más que aguantar la sonrisa por de dentro, pues ni recordaba haber escrito tal osadía ni siquiera haberla pensado. No son mías estas páginas por mucho que se empeñen los lectores. Montaigne legó una lección magistral cuando decía que no recordaba las páginas que había escrito y que, probablemente, repitiera, sin consciencia, algunas de ellas de vez en cuando. Personalmente, me fascina escribir en el diario textos ya aparecidos con leves modificaciones, con glosas, con nuevos giros, con los que yo mismo me crea creando de nuevo. ¿No es esa acaso nuestra naturaleza?
Ya dejaron de ser mías esas palabras, dejaron de ser poseídas por alguien, en el momento en que ese ser estaba en construcción, esto es, en efervescencia. Y ya que uno está de continuo en proceso, en elaboración, haciéndose, horadándose, no cabe más que la sonrisa y la gracia de esas palabras que, como los personajes cervantinos, dicen conocer al autor de su propia ficción.
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