viernes, 20 de mayo de 2011

Ayer soñé que convivía con uno de los personajes de Bouvard y Pècuchet, de Flaubert. Llegué a la taberna y dejé en el banco un sombrero, un hongo, de color negro. Uno de los personajes, no sabría decir cuál, pues estaba en un sueño y eso lo vela todo, me guiñó con disimulo. Acepté su envite y accedí a la mesa corrediza para sentarme a su lado. Manejaba la criatura un manual de botánica, pero junto a él había una montaña de libros acerca de los temas más peregrinos. Mis ojos no pudieron detenerse en la lectura de los títulos que se arracimaban en los lomos desgastados por el uso. “Esta imposibilidad es la esencia de la lectura. Su naturaleza es lo que nos convoca.”, dijo susurrando mientras anotaba en una libreta vocablos y palabras procedentes de la botánica, de la ciencia en general, del pensamiento y la literatura. Formaban un redil de sentencias que nada las unía excepto el sujeto que las hilvanaba. Exactamente como este diario, solo ungido por el ser que lo sueña.



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La vida es una impsoibilidad desde su esencia.

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