Hoy he comprado un libro con la convicción de que era, en esos momentos, otro, concretamente R.G. Leer imágenes, de Alberto Manguel, ha sido el volumen culpable de esa consciencia de metamorfosis. Pensé, imaginé e incluso escribí con la menuda caligrafía de ese señor que es pintor. Saqué unas gafas marrones, minúsculas y me las puse para poder leer de cerca las páginas que principian el volumen.
Todo comenzó a adquirir el ambiente de un relato de Cortázar: una narrador relataba lo que un personaje realizaba (yo, en principio) cuando, de pronto, irrumpe otra voz narradora que se diluye y alterna con la otra voz ofreciendo la actuación de otro personaje (la de R.G), no solo la acción, como expliqué, sino el pensamiento. Un narrador con plenitud de conocimientos que trasvasaba lo que hubiera hecho y pensado R.G. en mi circunstancia al tiempo que desarrollaba lo que yo mismo deseaba. Vidas paralelas que se rozan en un punto.
Pasados unos minutos, las dos voces comenzaron a mezclarse, a trenzarse, de tal forma, que fue imposible despejar las dudas y obtener respuestas de lo que ocurría, ¿era mi narrador o era el narrador de otro inmerso en mi vida?
Cuando hube salido de la librería, cargado con el libro de Manguel, llevaba una página doblada que pretendía marcar un pasaje: “La evolución del arte no es lineal, es geométrico”. Puedo comprobar ahora que la ilustración sobre la que se escribe este aserto es Mujer llorando, de Pablo Picasso y que, hace unas semanas, en Málaga, mientras paseaba por el museo dedicado al artista, pude hablar con Pablo de las cinco lágrimas que suicidan el rostro cariacontecido de la madame.
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