La marejada tenía en sus senos una lengua de algas. El aroma de su sexo arrojaba en la conciencia la vulva de un fuego mineral. Luz, eras toda de luz bimembre. Era la tarde la cadencia de su pubis y de la tersura que se extendía hasta la frescura de sus pies. Su cabello, esparcido por el viento de siroco, su cabello al viento desnudo, arrastraba leyendas ancestrales que embriagaban, como sus brazos, manteniendo mi cuerpo hasta no se sabe qué confín de la memoria. Fuimos uno, todo, por entero. Dejamos de ser todo para expandir cada conciencia, oh mar, que luchas sin descanso.
Todavía mi piel atestigua tu turbulencia, aún mantengo la pasión del trauma sin anuncios. Has vivido siempre a mi lado y yo he sido tu habitante extraño, pero hoy, únicamente, hoy, he fecundado en el alma la belleza más firme y lábil que jamás he contemplado junto a tu cuerpo, con tu formas, en tu centro de infinito.
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