LEO la nueva y portentosa edición
de las poesías de Gutierre de Cetina. Rimas
ha decidido titular el editor al ejemplar que, desde ayer por la tarde, no
separo de mis manos ni de mis entendederas.
Con nerviosismo y fervor me
dirijo a sus madrigales y a sus canciones antes que a sus sonetos. Los leo de
corrido, caninamente, como decía Boswell que leía el doctor Samuel Johnson. Me
detengo en muchos pasajes y analizo las formas versales, la selección léxica,
la combinación armoniosa de todos sus elementos. Existe en Cetina un afán
renacentista de aprehenderlo todo en una sola forma. Música en la palabra,
drama en el pensamiento, fuerzas imperantes de la condición humana:
“Cubrir los bellos ojos
con la ano que ya me tiene muerto”
[…]
Es el tópico petrarquista de la mano-schermo.
La mano de Laura cubriendo los ojos para que el amante no pudiera contemplarlos.
Quevedo, décadas más tardes, elaborará un exquisito madrigal con este mismo
motivo: “A Aminta que se cubrió los ojos con la mano”. La parsimonia de su
verso unido a la profunda y nutrida tradición que, en cada pasaje, puede el
lector activo ir desvelando. Un gozo leído en lentitud; una manifestación de la
poesía verdadera e ingobernable por estos tiempos de bagatelas, sino por el
Tiempo en que ella se hace forma y canción, rima del espíritu por siempre.