LOS antiguos pensadores establecieron el mundo tal y como lo conocemos. Todo cuanto nos pertenece, todo cuanto logramos amoldar a las ramas del pensamiento y la palabra, fue edificado e intuido por ellos. Como dice Kingsley, casi solos, pusieron los cimientos de las disciplinas que se convertirían, pasados los siglos, en lo que son ahora. Esto supone una reverencia hacia ellos, pero, además, un acto de entendimiento, humildad y respeto.
En ellos operó una comprensión del mundo que, en estos tiempos, tildamos de mítica, casi fabulística. Pienso que esto es un error de principio motivada por la vanagloria del hombre moderno. Quizás la única estirpe de la razón que produce avances, que explora nuevas formas de comprensión e esa misma que está más ligada a la creación que la expresión.
Ya pocos conocen sus nombres, sus obras han quedado en fragmentos deslavazados en manos de un puñado de eruditos, y cada uno de sus nombres se utilizan como exequias arcaicas a un regusto intelectualoide. Es `referente, en las hornadas de poetas actuales, mencionar a los contemporáneos, a los sumo, a los que luego dirán algo positivo de su obra. Pero me dirijo a otra altura de la realidad con estos pensadores antiguos, pues ellos entregaron a la humanidad una semilla, la esencia de lo que algunos han llegado a contener para donar al mundo la luminaria de ese sendero.