SIGO leyendo no con poca emoción el libro de Peter Kingsley titulado En los oscuros lugares del saber. El título es un encuentro con párrafos que condensan ideas luminosas y que conducen al furor. Sin embargo, la experiencia comenzó cuando estuvo uno contemplado la cubierta durante largo rato.
Koré, en Peplos, perteneciente al Museo de la Acrópolis. Maciza, de una pieza rotunda y rígida, erecta e hierática, con los brazos apenas sin vida y las extremidades sometidas a la rigidez de la piedra; las trenzas recorriendo las costuras del cuerpo, tan escrupulosas en el detalle que parecieran sierpes en vida, pero, por encima de toda figuración, un rictus, un rictus arcádico. Los ojos poseídos por una visión al infinito; la boca esbozando una condescendencia a no se sabe qué certeza. Toda rigidez se desvanece cuando uno mira los ojos de la koré, cuando entra, con esta razón desmedida, en el esbozo boquihundido de sus labios.
Ayer escribía unas notas en que describía la vida del poeta como enigmática y de difícil interpretación. Esa falta de razón unívoca es la misma que la del texto literario. La plurisignificación, la connotación toda aquella dimensión que no se instala de modo unívoco en la consciencia. Quizás la vida del poeta sea metalepsis, ella misma, toda ella, como la religión a la que pertenece.
Parménides está en la Commedia de Dante. Como revelación, leo este pasaje de Paraíso, del Canto XXXIII:
"Così la mente mia, tutta sospesa,
mirava fissa, inmobile e attenta,
e sempre di mirar faciesi accesa.
A quella luce cotal si diventa,
che volgersi da lei per altro aspetto
è impossibil che mai sì consenta;
pero che ´l ben, ch´è del volere obietto,
tutto s´accoglie in lei; e fuor di quella
è defettivo ciò ch´è lì perfetto".
Parménides expresó un pensamiento con la forma de la palabra poética. El encuentro más luminoso entre la palabra y la idea; su forma más musical y física. ¿Será eso mismo lo que evidencia la mirada de la Koré?