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Quevedo cerró uno de sus prodigiosos sonetos de la siguiente manera: “y no hallé cosa en que poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte”. Dice el editor que el último verso es una imitación de otro de Ovidio, pero poco importa la imitación en este tipo de composiciones. ¿Qué es la imitación cuando se produce la transformación léxica de una lengua a otra en toda su plenitud?
Lo deslumbrante de los versos reside en la naturalidad de lo improbable: el recuerdo de la muerte. Cuando un poeta inserta unos versos en una composición sin que esta decaiga por su estridencia racional, ha logrado lo que los poetas persiguen: la palabra plena, toda, en sí. Lo consigue Quevedo en este verso, cuando retoma el recuerdo de lo que nunca verán sus ojos, de lo que nunca sustanciará por descontado sus poemas, de lo que nunca fue memoria aun siéndolo en la escritura.
Creo que Valle-Inclán dejó la teoría de lo que ya escribió Quevedo en este verso.
Lo deslumbrante de los versos reside en la naturalidad de lo improbable: el recuerdo de la muerte. Cuando un poeta inserta unos versos en una composición sin que esta decaiga por su estridencia racional, ha logrado lo que los poetas persiguen: la palabra plena, toda, en sí. Lo consigue Quevedo en este verso, cuando retoma el recuerdo de lo que nunca verán sus ojos, de lo que nunca sustanciará por descontado sus poemas, de lo que nunca fue memoria aun siéndolo en la escritura.
Creo que Valle-Inclán dejó la teoría de lo que ya escribió Quevedo en este verso.
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