Sucede en ocasiones que, sin conocer exactamente el motivo, alguna ciudad, algún autor literario, un pintor conocido, cierta música de cámara o alguna obra literaria adquiere una importancia sobresaliente en mi vida hasta el punto de que todo gira a su alrededor durante varios meses, incluidos aquellos previos en que ni siquiera la leo, la observo, la escucho, la atravieso.
Ocurrió con Cervantes, con Dante, con Homero así como con Tiziano, con Rubens o Velázquez. Por supuesto, lo de Brahmns fue una obsesión desmedida, tal que París o Venecia. En estos días, sin embargo, me sucede el síndrome Tólstoi. Estoy merodeando por sus datos biográficos, por los aledaños de sus obras magnas, por las anécdotas en su vida, por las ediciones de sus libros, las traducciones, etc. Es un acercamiento que realizo lentamente, como si alguien, al final de este pasaje, estuviera esperándome para explicármelo todo durante unos meses. Tengo la exacta sensación de estar hurgando en las vidas de otro, por muy plural y pública que esta sea.
He de decir que en algunas ocasiones, estos tanteos han terminado en nada, quiero decir, que no han cuajado en una relación fecunda entre escritor y lector. Por ejemplo, recuerdo las tentativas con Céline. O los intentos frustrados con James Joyce. De todos ellos, de toda esta experiencia de la lectura, voy adquiriendo nuevas perspectivas que amplían en hecho exacto de abrir un libro y comenzar a leerlo sin más. La lectura se ha ido edificando como un son lento para ser humano, como un rito cotidiano que se ha instalado en las bisagras que me sustentan entre este mundo y el que vivo, que me ayuda a bien morir en la sintaxis imparable de los días.
Ocurrió con Cervantes, con Dante, con Homero así como con Tiziano, con Rubens o Velázquez. Por supuesto, lo de Brahmns fue una obsesión desmedida, tal que París o Venecia. En estos días, sin embargo, me sucede el síndrome Tólstoi. Estoy merodeando por sus datos biográficos, por los aledaños de sus obras magnas, por las anécdotas en su vida, por las ediciones de sus libros, las traducciones, etc. Es un acercamiento que realizo lentamente, como si alguien, al final de este pasaje, estuviera esperándome para explicármelo todo durante unos meses. Tengo la exacta sensación de estar hurgando en las vidas de otro, por muy plural y pública que esta sea.
He de decir que en algunas ocasiones, estos tanteos han terminado en nada, quiero decir, que no han cuajado en una relación fecunda entre escritor y lector. Por ejemplo, recuerdo las tentativas con Céline. O los intentos frustrados con James Joyce. De todos ellos, de toda esta experiencia de la lectura, voy adquiriendo nuevas perspectivas que amplían en hecho exacto de abrir un libro y comenzar a leerlo sin más. La lectura se ha ido edificando como un son lento para ser humano, como un rito cotidiano que se ha instalado en las bisagras que me sustentan entre este mundo y el que vivo, que me ayuda a bien morir en la sintaxis imparable de los días.
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Lo primero que he comprado ha sido el libro de Mauricio Wiesenthal sobre Tólstoi. Este maravilloso escritor ya había escrito valiosas y hermosas páginas acerca de Tólstoi en otros volúmenes anteriores que he leído con fascinación. Sin embargo, ofrece Wiesenthal un retrato completo y personal de Tólstoi después de décadas de obsesión con el personaje y de haber hablado con la hija del autor de marras.
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…esta falta de referentes morales la creo como la mayor de todas.
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