Este cuaderno, que tengo abierto sobre la mesa, con sus páginas garabateadas, trenzadas por sílabas inconexas, por pensamientos fútiles y por no pocas yoerías. Este cuaderno sin verbo, sin activa oración que lo reanime. Son páginas yermas sin ser leídas, mutaciones informes e insonoras. Sólo el lector produce la encarnadura de lo leído, sólo el lector. Y el autor es siempre el primer lector de sus obras. Escritor y lector, sístole y diástole, alumbramiento y defunción, luz y sombras, umbral fugitivo de las palabras, llama doble, luz de luz.
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Mientras el cuaderno reposa en su blancura, leo El libro de las mutaciones. Cuando lo hago, recuerdo el poema que le dedicó Borges, "Para una versión del I King": ”No hay cosa/ que no sea una letra silenciosa./ […]”Nuestra vida/ es la senda futura y recorrida”.
Una senda futura pero retraída, que se convoca con la memoria de la experiencia. La realidad condensada en la letra, porque la realidad siempre es silenciosa y sublime, porque pronunciarla es verter los sonidos de lo fugitivo en ella, donde no caben las palabras porque ella es palabra.
Una senda futura pero retraída, que se convoca con la memoria de la experiencia. La realidad condensada en la letra, porque la realidad siempre es silenciosa y sublime, porque pronunciarla es verter los sonidos de lo fugitivo en ella, donde no caben las palabras porque ella es palabra.
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