A continuación afirmaba que las cosas trascendentales de la vida no pueden comunicarse ni verbalizarse: trascienden el pensamiento. Lo elevaba todo a un horizonte de ricos y variados horizontes. Para él los mitos eran pistas de esa trascendencia que deberíamos entender alejados de la forma racional de entendimiento. A esto mismo, lo llamo cosmovisiones y si lo llevamos al arte, en concreto a la poesía, las cosmovisiones son irreconciliables, ya que al ser trascendentes no se pueden explicar, ni comunicar, tan solo vivir. Eso es también la indolencia, la armonía, el centro indudable, la unidad, el origen, la polifonía del ser.
De Campbell sigo aprendiendo los rastros de la llamada philosophia perennis de la humanidad, de la tradición latente que aún sigue perviviendo en los mortales.