EL emblema de Jacob Cats era Laúdes en simpatía. Lo podemos observar en un grabado de 1618, de Silenus Alcibiadis. El fenómeno de la vibración por simpatía, como señala Godwin en Armonía de las esferas, provocó una fascinación compartida tanto por físicos como por simbolistas. Todos observaban una suerte de imagen proyectada de un cosmos armónicamente ordenado; es más, el láud que descansaba en la mesa mientras el músico hacía sonar otro instrumento comenzaba a vibrar como respuesta al estímulo.
Algo parecido al láudes en simpatía sucede con la literatura. Un escritor comienza su obra en solitario, sin más beneplácitos que los de la nutrida soledad y el silencio auroral de la creación. Al tiempo, un lector se arroja a sus páginas y las lee y las vive y se transforma con ellas. En el proceso nos olvidamos, a veces, del azar objetivo en la selección de lecturas o de lo que anotamos hoy en el diario, la simpatía de las acciones que aparentemente nosotros escogemos, a escondidas, pero que quizás encierran una relación secreta, musical, extraordinaria para nuestros ojos cegados de mediocridad.