domingo, 17 de febrero de 2013

ESCRIBÍA en la terraza del apartamento que orilla el Mediterráneo, allí, en Málaga. M.C. decidió ir con E. a dar un paseo mientras uno terminaba de pergeñar en el cuaderno el poema de tema petrarquesco. Tenía encima de la mesa el volumen de Quevedo con que ando estos días reflexionando y tomando algunas decisiones estéticas. Lo abrí al azar, movido por la sonata de brisas y melodramas que solo la calma del Mediterráneo otorga cuando uno lo contempla. Había una quietud acogedora, que incitaba a sentir una complacencia de lo calmo y armonioso.dejé el libro, la escritura, me dejé a mí mismo en esa navegación fastuosa de silencios y auroras.


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Había una quietud acogedora, que incitaba a sentir una complacencia de lo calmo y armonioso. Leía entonces a Quevedo: "mas lo de los poetas fue muy de ver, que de puro locos querían hacer creer a Dios que era Júpiter, y que por él decían ellos todas las cosas". Reía con el pasaje y pensaba en la cantidad de poetas actuales que condenan las mafias políticas y religiosas cuando ellos mismos son capos de la mercancía literaria.

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Me sorprende que el Sueño de la muerte, el último de los cinco libros o tratados visionarios y alegóricos, esté iniciado por unos versos de Lucrecio.

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El poeta es la conjunción de visiones y símbolos.