NO he podido dormir esta madrugada. Estaba en la hora más silenciosa de mi noche y me hacía una pregunta después de todo, ¿debo escribir?. El insomnio reflejaba la inquietud del espíritu. Ideas contrapuestas, el intento de ahondar en las certezas para desmontarlas y la necesidad de alimentar el cuerpo con la soledad de la noche. Tenía por delante el poema que voy pergeñando desde hace unos días en el cuaderno de marrón Actos de templanza. El poema ha ido tomando demasiado cuerpo: ecos de Petrarca, ángulos de J.R.J., minucias y miserias sobre todo, ritmo fallido, música inexistente. Mediocridad.
Cuando desistía ya del cerco de la noche, tomé el Diccionario de Ramón Andrés para comprobar si el autor había añadido alguna información relevante sobre Er. El relato de este guerrero armenio aparece, nada más y nada menos, que al final de la República, de Platón y siempre lo he tenido como una clave misteriosa, ininterpretable para mi corta consciencia. Er viaja al Cielo, por sus fisuras, después de abandoanr su cuerpo y es allí donde escucha la armonía de las esferas. Sin embargo, el acto que más me conmociona es la desvinculación entre el alma y el cuerpo del guerrero. Deja su cuerpo para ser pleno, deja de ser para ser esencia.
Er se eleva a las esferas despojado de su cuerpo, únicamente siendo alma; pero Er regresa, como Orfeo, ha explorado el mundo velado, como Tántalo, para contar lo que ha visto. He aquí la paradoja a la que sucumbo.
No podemos olvidar que, en esa visión del cosmos que abriga Er, describe el trabajo de las Moiras o Parcas, aun estando estas escondidas a los ojos, aun existiendo en el haz de luz del cosmos. Láquesis, Cloto y Átropos, esto es, los pasados, los presentes y los futuros: pluralidades del alma. Sea como fuere, es la música el sustento enigmático que ordena nuestro destino, la música que también reside, cuando estamos delante de una verdad, en lo poético.
Es el relato de un viaje vertical, interior, al mundo que acogemos dentro de cada uno y que está velado a los ojos y a la inmediata visión. Ese mundo nos acoge perennemente y es en él donde somos realmente lo que no podemos ser aquí: esa experiencia solo puede comunicarse mediante la creación artística. Son plurales pasados, plurales presentes y plurales futuros conjugados con el acorde que transgrede los límites primeros y eventuales.
No puede ser la insufiencia una queja, antes al contario, la felicidad de saberse imposible para esa tarea. El mismo Rilke denunciaba las quejas de los poetas que no conducen más que a la triste vanidad. Decía en unos versos, que proceden de Réquiem por un poeta, que el poeta tenía la naturalea y la necesidad:
de transformarse, duros, en palabras
como el cantero de una catedral
se transforma en la calma de la piedra...
A esa calma la llamo "consciencia" y la consciencia es el estado pleno del ser en el cosmos. Quizás en ese estado es cuando se escucha la armonía de las esferas, el telar de las Moiras, nuestros pasos transformándose y cuando nos vemos, a lo lejos, a nosotros mismos ajenos con el cuerpo muerto sobre la pira de los versos. Al seguir vivos y reencontrarnos, al seguir siendo mortales, dudamos de todo.
Cuando uno escribe silencio y soledad está parafraseando lo que Rilke en Cartas a un joven poeta: "nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche ¿debo escribir?".
No he podido dormir esta madrugada. Estaba en la hora más silenciosa de mi noche y me hacía una pregunta después de todo...