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Resulta que Ars vivendi fue un título profético, pues el libro, lejos de esclarecer qué es la literatura, me está poniendo en claro muchas de las evidentes naturalezas humanas que uno no acababa de comprender. Los comportamientos de los allegados, de los que uno pensaba compañeros en la ética y en la estética, de los que ni siquiera habían asomado por mi vida de ninguna manera ni por ninguna razón, no dejan de definir una verdad y un límite.
Hay en la condición humana un rumor invisible que se perpetra en las interioridades pero que, llegado el momento, refulge y sale y acosa, para lo bueno y para lo malo.¿No es el hombre demediada virtud?
Decía que encontraba una verdad en todo esto una verdad grata. Y un límite, pues creo que los individuos están demasiado acogidos a sus egos y vanidades. ¿No ha sido esto así siempre?, me preguntaba ayer, cuando terminaba de leer a Quintiliano y repasaba los mecanismos de la retórica antigua.
Los discursos cargados de loas son tan sospechosos como los que se acogen a la malevolencia. Ni a unos ni a otros debería atender nadie y, mucho menos, pensar que en esos discursos habita una verdad.
Los discursos cargados de loas son tan sospechosos como los que se acogen a la malevolencia. Ni a unos ni a otros debería atender nadie y, mucho menos, pensar que en esos discursos habita una verdad.
Tan solo un límite, esa es la enseñanza, un límite que yo creía más alejado del yo, más apartado de la respuesta inmediata; un límite que establece la medida de los hombres respecto a las ideas. Pues si las grandes ideas (establecidas en las grandes palabras y afinidades) han sustanciado y definido lo que somos y hasta dónde somos, debemos medir nuestras acciones y nuestras palabras en ellas mismas.
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Me alegro ahora tanto de mis silencios públicos, tanto. Los recuerdo con ambición, a pesar de que dudé de ellos cuando los ejercía. Soy un legionario, desde su étimo, del silencio. Callo y otorgo. Solo cuando convierto el aire en fonema y palabra y sintaxis trato de ofrecer las dádivas de la verdad, de mi verdad, claro.
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En la actitud del hombre contemporáneo frente al arte hay una pretensión desbocada que lo conduce a un error, a una restricción: el límite para el hombre se establece desde sí mismo; todo lo que no puede razonar, todo lo que no permite su inteligencia es límite. El resto es nada.
El límite es fin, pero también principio: origen y finitud. Prefiero tener el límite como una causa primera desde la que se establecen los "límites" (la medida de las artes, del pensamiento, de las manifestaciones humanas) y por la que nos es posible hablar, entender, razonar, hablar, escribir, componer música. Nosotros no generamos la consciencia para la creación, sino que cuando atendemos a los límites nutricios es cuando la creación trata de azotar los corsés en los que se siente atrapado. Por esto mismo, la obra artística clásica es la que percute y ensancha la consciencia del nuevo límite.
El límite como elemento primerizo, anterior a nosotros, como naturaleza preexistente que nos hace humanos y nos hace contener nuestra propia conciencia de incapacidad.
No existe lo que pensamos nosotros, sino que pensamos lo que existe hasta donde nos permite el raciocinio humano. Sería demasiado pretencioso creer que el mundo solo es lo que uno puede llegar a concebir en los términos restringidos de su razón.Este asunto, tan antiguo, es una postura de la consciencia del mortal, cuyo estado natural es el de la vigilia de su propio ser.