lunes, 21 de abril de 2014

ABIERTO a la noche y con los libros sobre la mesa. Leía con una tranquilidad y un anhelo que hacía tiempo que no me sobrevenían. Estaba terminando de leer Al faro de Virginia Woolf; en una pila esperan Hesse, Faulkner y Joseph Conrad y, por otro lado, algunos libros de ensayos como el de Kingsley sobre Parménides o el de Cittati sobre Leopardi. Todos están subrayados de otros tanteos anteriores por sus páginas, con párrafos en color azul y rojo que rememoran las lecturas de aquellas noches de efervescencia narrativa y verbal.
Ayer estuve toda la tarde con E. recorriendo las baldas de la biblioteca. La nuestra es una biblioteca dividida en varias plantas: el sótano, el salón, las habitaciones. Tocaba un libro, otro, estos lomos, aquellos, abría los que hacía tiempo que no hojeaba para oxigenarles el tuétano, cogía la manita de E. para que pudiera pasar sus dedos como si estuviera tocando un instrumento; leía por unos momentos, revisaba las anotaciones al margen, los giros subrayados, fecundaba, por primera vez, aquellas páginas que jamás había leído.    

De vez en cuando recupera uno un primor escondido, una suerte de brío lector que necesita de otras vertientes, de pasados anhelos, de recorrer cauces distintos a los que uno habitualmente está sometido. De la poesía a la narrativa, del ensayo al teatro, de la invención de la soledad al coro de pasajes jamás transitados. Una diversidad que traza nuestro propio rictus, el busto completo del desconocido que nos habita.   

La realidad polifónica de los textos comparables a la cotidiana acción de leer. Vivir a pulso, con cada párrafo, pero siempre reverenciando la palabra. La lectura es la tendencia del individuo a la transparencia y, con los meses, los años, la vida misma, esa aspiración ha pasado de ser un deseo a una necesidad vital. La dilución de la eventualidad con que formamos nuestra visión es tan pobre que solo admite pequeñas subversiones: todo lo contrario cuando uno se entrega a la lectura sin remiendos, se expande todo, todo se expande en la consciencia de ser nada. La polifonía de la lectura frente a la monodia del individuo, un abismo y un confín del negro sobre blanco frente al discurso enquistado de un hombre solo, de un solo hombre.