EN la noche o en la mañana, la tarde o al mediodía, las notas en este diario se suceden sin tiempo. Las fechas, -eventual caligrafía de la nada- poco aportan al cuerpo de sus sílabas.
Todo parece una mismidad desde hace unos días. Los libros se apilan en la mesa alrededor del recoleto espacio diáfano en que escribo. Lo hago a mano, en un cuaderno rojo. Escribo con el bolígrafo de campo marzio. ¿Recuerdas la luz en la piedra?
Asoman los lomos de Valle y de Baroja y el libro de Unamuno que terminé de leer ayer por la tarde. En una esquina de la mesa se agolpan los libros de Lucrecio, Boecio, Petrarca y Dante. Hay, entre ellos, una sonora transparencia que los emparenta, que los lamina de eternidad.
"Dichoso el que no nace", recoge el Eclesiastés, IV, 121.