NO me abandona la edición prístina de La Lámpara maravillosa de Valle-Inclán. Leo y releo los pasajes que alimentan el pulso de la prosa inclaniana. Diríase que cualquier página es una lección de fábula y palabra con que el lector resulta suspendido en un reino de resonancias insulares: "La belleza es aquella razón inefable que por la luz descubrimos en las cosas para ser amadas, y para crear, porque amor es la eterna voluntad del mundo".
Belleza, luz, amor, creación, voluntad...términos y axiomas de la ética y estética de Ramón María. Las lee uno tratando de establecer conexiones secretas entre los vocablos, de encimar las argucias semánticas que, tras su forma escénica y morfológica, el autor gallego transgrede. Esa es la intuición que me queda como lector maravillado, la de estar envuelto en una lámpara -lámpara maravillosa- que refleja mi sombra, que refleja mi suerte en la luz del mundo.
Este diario es una suerte de fuerza continua que poco importa a nadie. Tres o cuatro secretos lectores,
-¿qué cambiaría si fueran miles? Nada-; tengo el compromiso con el que fui, pues en los tiempos actuales, tan solo me interesa leer. Activamente, leer. Y releer, por ejemplo, a Unamuno, a Valle-Inclán y a Baroja. Por supuesto, leer y releer Unamuno, Vall-Inclán y Baroja, por ejemplo, sin preposiciones que personalizan su obra, sino leerlos totalmente y vivirlos. En ello estamos, pues, en esa confabulación del compromiso ficticio. Darle cuerda a estas líneas como lo hacía Unamuno, en la habitación de París, -soledad tremenda-, escribiendo el texto para publicarlo en francés, Comment on fait un roman. En el lúcido prólogo al texto, como acostumbra Don Miguel, puede uno leer lo siguiente. Leerlo y quedarse pétreo de cuerpo pero vivo de espíritu: "Eso que se llama en literatura producción es un consumo, o más preciso: una consunción. El que pone por escrito sus pensamientos, sus sueños, sus sentimientos, los va consumiendo, los va matando. En cuanto un pensamiento nuestro queda fijado por la escritura, expresado, cristalizado, queda ya muerto y no es más nuestro que será un día bajo tierra nuestro esqueleto. La historia, lo único vivo, es el presente eterno, el momento huidero que se queda pasando, que pasa quedándose, y la literatura no es más que muerte. Muerte de que otros pueden tomar vida".
Escribir es colocarse no ante la palabra sino en la palabra misma. Ser palabra misma, su forma y su ser. En este sentido, recuerdo el pasaje de Baroja en Camino de perfección. En un momento dado de un diálogo intenso y tenaz, un personaje afirma algo (con la retranca y el estilismo barojianos) con lo que queda en acuerdo y en paz: "Lo que sí creo es que el arte, eso que nosotros llamamos así con cierta veneración, no es un conjunto de reglas, ni nada; sino que es la vida: el espíritu de las cosas reflejado en el espíritu del hombre. Lo demás, eso de la técnica y el estudio, todo es es m..."