¡QUÉ bello el trigo y qué bella la mañana toda! Atravesaba las lomas y contemplaba la quietud de los árboles desnudos, esparcidos, solitarios, por el campo. Sin bosques, sin arboledas, únicamente ellos postrados hacia la luz; los árboles se mantienen en esa perenne postura vertical, compuesta de raíces escondidas y secretas hacia la tierra y con las ramas hacia las nubes. Son una lección para el que los contempla pues ellos trazan la estancia entre lo oculto y enraizado en la tierra y lo deslumbrante del cielo, se convierten en el itinerario visible de la oscuridad a la luz. Entre un territorio y otro, sus cuerpos: mullidos, fatigados, entregados al devenir de la intemperie. De ellos, lo que importa, lo que otorga el fruto no es visible, pues se encierra en la oscuridad de la tierra... ¡qué bello el trigo aterciopelado sobre las lomas acompañando a estos árboles tan vivamente solitarios!