HOY cumplo treinta y tres años y lo he celebrado con M.C. y E. a la tarde, dando un paseo parsimonioso por el parque que está cerca de nuestra casa, de Villas de Murano. En el parque hemos contemplado: varios pájaros, la tierra húmeda, el aire azotando un árbol con un nido, niños, muchos niños que jugaban con E., adultos imbuidos en minucias (como estas mismas letras), palabras al viento, gritos, un señor leyendo una novela, perros enlazados, nubes con forma de horizonte infinito, la caída de la luz, papeles por el césped y quizás nuestras figuras ensombrecidas en el asfalto. Faltan elementos, pero quizás estén todos. Lo he vivido todo como un conjuro de la realidad.
Mío es el ejemplar numerado con el "0133" de los mil veintiséis ejemplares de la edición de Conjuros en la editorial Taifa. Me acompañó al parque, lo llevaba en el bolso. En un momento en que las dos estaban en el columpio, leí el poema que principia el libro, el poema titulado "A la respiración en la llanura":
"[...] Tened calma
los que me respiráis, hombres y cosas.
Soy vuestro. Sois también vosotros míos".
Me quedé respirando el parque; quietud, sosiego, estación llameante.
Obviamente, cuando llegué a casa, retomé la lectura de Parménides. Hubo dos pasajes que volvieron a intrigarme, pero, sobre todo, la velada sugerencia que nos suscita el texto. Cuando el yo lírico es acogido por la diosa, esta le aclara, en primer lugar, que no ha sido "el hado funesto", es decir, la muerte, la que lo ha conducido a aquel reino. Esta es una de las claves para trabajar con el poema: el yo lírico llega allí, a donde solo se puede llegar muerto, estando vivo. Es el recorrido, como Heracles, como Orfeo, del inframundo, la vivencia del tiempo cíclico.
Esta referencia expresa es colmada de máximo simbolismo cuando, anteriormente se dice: "camino de múltiples palabras de la deidad, el que con respecto a todo lleva por él al hombre que sabe".Este último sintagma es un conjuro de Parménides en su poema: el hombre iniciado, el que posee la calma, el que respira y es respirado, el que es de la realidad y contiene la realidad toda.