viernes, 31 de agosto de 2012

"EL genio sabe algo acerca de la esencia eterna del arte". Nietzsche escribía esta línea en El nacimiento de la tragedia después de haber dejado en evidencia que "todo nuestro saber artístico es en el fondo un saber completamente ilusorio". Sabe algo el genio, el resto, la plana mayor, no sabe nada. 

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EN una ocasión, no recuerdo exactamente dónde, afirmé que todas las artes aspiraban a la música. Lo dije casi sin pensarlo, al hilo de una exposición sobre poesía, únicamente motivado por la intuición. Algunos de los presentes comenzaron a fruncir el ceño y a pensar que aquel aserto era una conclusión momentánea; pensaron que jerarquizar de esa forma las artes era demasiado tajante. 
Muchos poetas creen que la poesía y, con ella, la palabra, es el elemento artístico que más profundamente puede expresarnos. Yo no lo creo así, no ahora, sino desde que comencé a estudiar música y a interpretar un puñado de partituras. Creo que, aquella tarde, tendría que haber recogido las palabras de Nietzsche para que, al menos, hubieran asentido ante la fuente de autoridad, a pesar de que no entendieran por qué expresé aquel enunciado cuando hablaba de poesía. Los poetas (¿quién es poeta?) esperan siempre discursos engolados, que traten de aspectos intrincadamente poéticos, métricos a ser posible, y sobre todo deconstruccionistas, es decir, este verso lo escribí por esto y por aquello, en un día X, con una borrachera Y, influido por el autor * y por aquel otro, que es &, justo cuando estuve leyendo a =. Qué burdo y soez todo esto para la poesía. Podemos leer en Nietzsche: "Con el lenguaje es imposible alcanzar de modo exhaustivo el simbolismo universal de la música". y el poeta, el poeta verdadero (¿dónde están los poetas') deberá sentir un regocijo enorme porque alguien le describa exactamente lo que sucede en su acción. 

La poesía dependiente de la imagen, como es el caso de Lorca, de Neruda, de Alexandre, -por ceñirme a nuestras letras-,  y de tantos otros, suponen ejercicios de simbolismo unívoco, es decir, son ya una apariencia de la esencia. La poesía no debe apartarse de la esencia, del uno que es todo, del todo que es uno y es plural. La lectura de la poesía, entendida como el discurso humano connatural, debe ser asumida, en su producción y recepción, como un oratorio salmódico que, en sus hechuras conceptuales, nos derive e inunde de la idea central del elemento artístico. Esto es muy contrario a la imagen en poesía, me refiero a la imagen usada sin mesura, sin consciencia, sin otorgar una exploración sustancial de la palabra, tan solo un malabarismo de fónico gargajeo. Así Nietzsche: "la música misma, en su completa soberanía no necesita ni de la imagen ni del concepto, sino que únicamente los soporta a su lado".

Mientras la música es análoga a la imagen y al concepto, convive en un nivel de realidad distinto y convive, claro está, con ellos cuando el hombre trata de comprender el significado de la música que escucha. La palabra y la poesía, como grado de expresión supremo de la misma, están sujetas siempre al concepto, a lo que ya ha sido expresado y lo que es conocido, pues si no es el caso no podría enunciarse. 

La incapacidad de la palabra por ser ella misma palabra, realidad pura, por rebasar el concepto y trascenderlo, la lleva a la imagen. Es su único cauce de expresión cuando confunde su propósito. Qué grande fue J.R.J. y qué inmenso san Juan de la Cruz. 

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CUANDO se produce esa fundición entre lo apolíneo y lo dionisíaco (en puridad, cuando se produce la fusión de contrarios), el artista deja de ser. escribo "deja de ser" porque su voluntad no es la que impulsa ese abandono del estado previo, repleto y atormentado de materia. La voluntad lo dirige porque la fusión de contrarios lo conduce a un tiempo desconocido, del que la razón no tiene los fundamentos necesarios para entender. Estamos hablando de la razón luminosa que se produce en el centro indudable. Tiempo, ser, palabra, música, concepto, la intuición, el revés del mundo macerado por una consciencia finita que no entiende ni es capaz de expresar ni conocer nada de ello, tan solo de tener la evidencia de su existencia. por tanto, con Nietzsche, podríamos afirmar que el poeta verdadero no trae discursos impostados, ni florilegios que muestran sus conocimientos;  solo trae en su palabra ecos, reminiscencias, algo de la esencia eterna del arte.