Estas palabras pertenecen al Libro del desasosiego, de
Pessoa. Con su lectura, la tarde ha conciliado a Pessoa con Platón; y ha querido
también que Steiner estuviera de invitado. Esa deseosa voluntad de querer saber
es cierto que se encuentra identificada al comienzo de la Metafísica, de
Aristóteles, como el rasgo humano por excelencia, pero Pessoa está sugiriendo
algo más concreto. Habla del alma, del desvelo del alma ante los ojos cegatos
de los humanos.
La vida es entonces una ensoñación, un cabalgar en un hipogrifo
violento, desmesurado. El anonimato es una valiosa actuación de la consciencia
más plena; solo los que en algún momento dejan de ser para ser plenos, poseen
en la memoria momentos, reflejos, reminiscencias de lo que hubo sido. Nada de certezas
rotundas, solo un pasaje luminoso de celestes y auroras.
El propio Pessoa evidencia esta fe que posee del creador,
sobre todo, del poeta. El poeta es, es cierto, un alabastro, pero que ha
deseado ofrecerse al viento. El poeta llegará a entender, si es puro de cepa, que
únicamente en el deseo habitaba su virtud. Si su palabra fue, igualmente,
virtuosa, es un prodigio; pero lo propio y, al mismo tiempo, extraordinario, es
la voluntad de creer fielmente en la palabra poética. Pessoa nos lleva a los
griegos (¿qué autor valioso no lo hace en cualquier disciplina?), claro está, a su concepto de aletheía, tan trascendental para Heidegger
y la vuelta a la pureza. Escribe Pessoa: