LE he hablado de los ecos del laberinto, de sus centros y ensombrecidos huecos, también del laberinto de la isla. Por eso, al leer este poema de Goethe, incluido en un epígrafe de Stefan Zweig en El mundo de ayer, lo he declamado vivamente, para que el eco de sus sílabas impregnen el centro:
de repente se nos arroja al mundo;
cien mil olas nos envuelven,
todo nos seduce, muchas cosas nos atraen,
otras muchas nos enojan, y de hora en hora
titubea un ligero sentimiento de inquietud;
sentimos y lo que sentimos,
lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo.