miércoles, 8 de agosto de 2012

LAS páginas de Manguel encierran una veneración a Borges, pero no una sucesión de elogios y de adjetivos que ensalza cualquiera de las virtudes del escritor argentino. Su admiración es una enseñanza y un aprendizaje verdaderos, que acompaña al lector por los aspectos más íntimos y personales del escritor argentino. Está escrito todo de forma tan distinta a los que ensalzan sin remiendos, de los que, por el hecho de ensalzar, terminan por insultar al escritor. Le pasa a Chesterton, -un admirado por Borges-, pero todavía no he leído ni una sola página que, comparada con las de Manguel, muestren palabras sinceras. Manguel lo hace a sabiendas de su capacidad, desde la consciencia del individuo del que habla. Sus elogios muestran su estrechura y dimensión personales frente a la obra de un maestro. Todo lo contrario a los aduladores, que muestran sus egos y vanaglorias antepuestos a la obra del gran Chesterton.

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EN la mesa, los libros de Steiner, de Manguel, de Dante, de Leopardi, de Cervantes y de Zweig. Una cordillera de lomos, colores y letras. Un mundo subterráneo de sinfónicas conjeturas que jamás visulumbraré.

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HOY, al colocar a E. frente al espejo, ha reaccionado de forma barroca. Ha reído a carcajadas y después, al cabo de unos segundos, lloró desconsoladamente mientras baluceaba sonidos guturales. Después, cuando se hubo olvidado del suceso, volví a mostrarle su rostro. Entonces E. esbozó una sonrisa de gioconda, quizás recordando el suceso anterior y queriendo ser, ya con el tiempo, más estoica que otra cosa.